El Teatro Colón, localizado en el corazón de Buenos Aires, es un lugar donde pasaron innumerables figuras de renombre. Una de ellas fue Lida Martinoli, una rosarina que levantó aplausos cuando transcurría la década de 1940. Martinoli fue una bailarina de ballet innovadora que dejó su huella en las danzas. Combinando sus estudios en Italia con una destreza destacable, Lida creó un estilo particular que generó, en mismas cantidades, polémica y admiración .
Vida temprana y viaje a Italia de Lida Martinoli
Si bien se desconoce la fecha exacta, Martinoli nació en nuestra ciudad en el año 1914. Su familia había logrado tener una riqueza considerable, principalmente a través del rédito obtenido por los campos que poseía en la ciudad. Lida Martinoli tenía 12 hermanos y sus padres, los cuales la acompañarían en su carrera y eran artistas, se llamaban Carlo y Fanny. Es importante recordar que, si bien su familia decía que Lida era la más pequeña de las hijas, lo más probable es que esto fuera solamente una maniobra para publicitarla.
Siendo joven, la bailarina rosarina se marchó a estudiar a Italia, más particularmente a Milán. Podemos aventurar que esta elección puede haber sido influida por alguna relación familiar con esta ciudad. Martinoli es un apellido que tiene su origen en el norte de Italia y es probable que la familia tuviese parientes viviendo en la península. Pero lo que se conoce es que la elección se relaciona con el prestigio de la enseñanza de ballet que se impartía en esa ciudad. Ingresó en el Teatro Scala de Milán, uno de los más prestigiosos del mundo, graduándose a los 15 años con mención de honor.
Su profesor, Enrico Cecchetti
Dentro del Scala de Milán, uno de los más ilustres maestros le dio clases a Lida. Estamos hablando de Enrico Cecchetti, un bailarín y maestro de ballet italiano. Cecchetti nació con el oficio en la sangre: sus padres, también bailarines, lo vieron nacer en los vestuarios del Teatro Tordinona en Roma. El maestro italiano es reconocido por idear el método para la enseñanza y práctica del ballet que lleva su nombre. El método Cecchetti tiene la particularidad de que intenta desarrollar todas las habilidades del practicante, para que pueda tener un mayor rendimiento en diferentes tipos de bailes. Esta marca es notoria en Martinoli, quien a través de su carrera comenzó a crear con un estilo propio. Además, la enseñanza de Cecchetti es una prueba de la destreza de la bailarina rosarina y sus gran capacidad.
Lida Martinoli en el Colón
En el año 1932, Lida vuelve al país, esta vez para instalarse en la Ciudad de Buenos Aires. Allí brillaría, aportando sus destrezas aprendidas en Milán. Es interesante notar que Martinoli se convirtió en primera bailarina sin necesidad de pasar por el escalafón necesario para llegar a esta posición. Esta situación se da por la increíble capacidad que Lidia ya había desarrollado. Su estilo se definía cómo esencialmente italiano, con algunos tintes románticos, heredados obviamente de sus estudios en Milán. Quienes atendían a sus actos, los recibían muy bien, el público la estimaba y reconocía sus dotes artísticas.
Las locuras de la familia de Martinoli
Pero además de su destreza, Martinoli se destacaba por su extravagancia. Las anécdotas que relataremos seguidamente se encuentran principalmente en el libro de Margarita Pollini: Palco, cazuela y paraíso: las historias más insólitas del Teatro Colón. En este libro, la autora recupera las entrevistas que Kado Kostzer, escritor y director argentino, le hiciera al clan Martinoli en la década de 1970.
“La Muerte del Cisne”, jamón cocido y perros voladores
Más avanzada en su carrera, la bailarina rosarina comenzó a añadir un componente que puede ser denominado como Kitsch. En su interpretación de “La Muerta del Cisne”, por ejemplo, levantaba aplausos del público utilizando efectos que simulaban sangre, como anilina roja o un foco de luz. En “La Leprosa”, la actuación era aún más desopilante. Mientras sonaba la “Marcha Fúnebre” de Chopin, Lida se arrancaba fetas de jamón cocido de su vestido, que simulaban llagas.
Las rarezas de los Martinoli se extendían fuera del teatro. Un ejemplo fue cuando los invitó la bailarina Mecha Quintana a su casa. Quintana, de aires aristocráticos, les dio la llave de la casa. Cuando llegó, se encontró que los huéspedes habían tomado la casa cómo propia. Utilizaban la cocina para prepararse comida, se paseaban por las habitaciones en pijama y pantuflas y se recostaban en cada lugar disponible. Lida, a quien le encantaba mostrar su habilidades en cualquier momento, bailó esa noche en la casa de Quintana. En medio de los giros, el perro de la dueña de casa se le prendió del vestido, situación que no detuvo a la rosarina. De esta manera, los espectadores pudieron apreciar cómo el pequeño animal volaba alrededor de la bailarina, moviéndose al compás de la música.
La importancia de Lida Martinoli
A pesar de las extravagancias de los Martinoli, la figura de Lidia es de una gran relevancia en la historia del arte nacional. Su expresión criolla del estilo clásico y afamado importado de Italia es una de las muestras de cuánto la cultura italiana se relaciona con nuestro país. Además, su personalidad fuerte, ganadora, la convierte en una mujer que rompe con su fortaleza los prejuicios de una sociedad pensada desde el hombre. Es importante recuperar estas personalidades relevantes que dio el suelo rosarino y que, a veces, cometemos el error de olvidar.
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