Desplegamos un papel y comenzamos a leer: ¿acaso no es un mapa también un libro sobre un estado de situación? Un espacio y un tiempo representados figurativamente sobre un papel, que describe en un dibujo el nombre y los alcances de un lugar, sus límites. Y deja ver, entre líneas que soñamos como carreteras, la posibilidad de un viaje. Rutas, en Rosario se dice rutas.
¿Acaso los mapas no son esas representaciones de los lugares que sirven para encontrarse? Mirar un mapa es como tratar de establecer parámetros en los que podamos reconocer lo que está alrededor nuestro y dónde está el norte de todo esto. Ese mismo reconocimiento supone la voluntad de movernos. Se necesitan más mapas.
Mapa de Santa Fe – “19, una cartografía narrativa de Santa Fe” compilado por Lucía Rodríguez, Lucía Demarchi y Arlen Buchara. PhotoCredit: Nicolás Manzi
El libro
19, una cartografía narrativa de Santa Fe es una publicación que materializa un proyecto ambicioso. Delineado primeramente por la productora Cardumen, que integran Lucía Rodríguez, Lucía Demarchi y Arlen Buchara, el plan fue enviar a un escritor por cada departamento de la provincia con el desafío de ir a buscar una historia y volver para contarla para lo que sería este libro.
Esto se pudo realizar gracias a los apoyos del programa Espacio santafesino y del Fondo Nacional de las Artes, que premiaron la iniciativa. Los viajes se concretaron entre 2015 y 2016 y luego hubo un intenso y prolongado trabajo de edición. La concreción llegó recientemente: un libro bello y necesario (¿podríamos acuñar el término bellesario?), una sucesión de alegrías para el lector que lo encara.
“19, una cartografía narrativa de Santa Fe” compilado por Lucía Rodríguez, Lucía Demarchi y Arlen Buchara. PhotoCredit: Nicolás Manzi
Si la lectura es un viaje, leer 19 debe ser un viaje de viajes: un encuentro con historias inesperadas, impensadas, y envueltas en la sensibilidad literaria que propone un nuevo panorama de la literatura contemporánea, lo que podría llamarse también “el trabajo por encargo de un escritor profesional”. Tenemos la localización de un bunker antiapocalípsis que se construyó para el cataclismo del año 2000, y una fábrica de pianos que pobló el país de música hasta los años 80, y la reina de la frutilla de repente puede tener una conversación con el rey de la cumbia santafesina, y el contraste que puede haber entre un instituto que investiga y desarrolla tecnología para el agro con la realidad de un maestro rural en el paraje más remoto del territorio provincial.
Sin dudas, lo que resalta en el texto es, más allá de la división económica entre un norte pobre y un sur rico, el paisaje de la llanura. Una loma no es una montaña, muchas veces la pampa es descripta casi por la ausencia, por la presencia del vacío: esta trama, si se quiere, es una manera de rellenar ese vacío.
“19, una cartografía narrativa de Santa Fe” compilado por Lucía Rodríguez, Lucía Demarchi y Arlen Buchara. PhotoCredit: Nicolás Manzi
La bagnacauda
Una historia singular nos lleva también a pensar en la íntima relación que hay entre estas historias y el modo en que se fueron formando las ciudades y pueblos: en la zona del centro provincial se reconoce especialmente la afluencia de inmigrantes piamonteses, los que actualmente habitan ese lugar son hijos y nietos de aquellos que trajeron su fuerza de trabajo, pero también sus costumbres, su lengua.
Ahí se realiza cada año la fiesta provincial de la bagnacauda, una comida típica que a lo largo y a lo ancho del país se la asocia a su origen en tierras italianas. La crónica de Laura Rossi, “Dónde guarecerse”, es el relato de su visita a Humberto I, en el departamento de Castellanos, y describe esa tradicional necesidad popular por compartir la comida en un sentido más literal, sin divisiones de mesa, sin el límite que propone la individualidad de la vajilla, como un estar en el otro, como una manera de sentirse parte y encontrar en ese mismo acto la seguridad que da un refugio.
¿Acaso no es una bagnacauda un verdadero bunker antiapocalíptico de ensueño?
